VIRGINIA, RAMONA Y PLACIDA, TRES MUJERES DE LA FAMILIA CON «UN PAR DE OVARIOS».

EL SUFRIMIENTO EN LA GUERRA CIVIL Y POSGUERRA.


Aiyoa Arroita Lafuente & Jesús Pablo Domínguez Varona.


Ayer ha sido 8 de marzo de 2017, Día de la Mujer Trabajadora y desde este blog queremos rendir un homenaje a todas las mujeres que con su lucha diaria mantienen unido este país y sus familias a pesar de pasar, en muchos casos, totalmente desapercibidas.

Valga este reportaje para recordar a tres mujeres, dos de ellas de la misma familia Rojo por ser madre e hija y una más de la familia Riancho que pasaría a formar parte de ella por matrimonio.

La historia comienza en el Valle de Manzanedo (Burgos) a finales del siglo XIX.

VIRGINIA ROJO PEREDA.

Virginia Rojo Pereda nació el 27 de noviembre de 1888 en las Granjas de Retuerto, en la casa familiar de su padre Hipólito Rojo. Este barrio situado en la orilla derecha del río Ebro era un conjunto de pocas casas apelotonadas que ocupaban el lugar de una antigua granja medieval. La ganadería y la agricultura la forma general de vida de sus vecinos, igual que la de su padre que era jornalero.

La vida en aquellas épocas era dura y el sustento diario del campo y los animales la única forma de prosperar y pasar los malos momentos.

Las relaciones diarias con sus vecinos más cercanos era el día a día y las fiestas locales o religiosas la única forma de hacer relaciones sociales con otros pueblos cercanos. Las labores del campo fueron otra forma de contacto entre vecinos de otros pueblos.

El caso es que Virginia entabla relación con un joven vecino del pueblo cercano de Manzanedillo, llamado Francisco Julián Rojo González (1881), conocido como «el zurdo». Finalmente la relación pasó por la conformidad familiar y cumplida la mayoría de edad  de Virginia, se casaron allá por el año 1909 y se fueron a vivir a Manzanedo.

Como no había televisión y la luz en aquellas épocas era un bien más bien escaso, se metían pronto a la cama para afrontar temprano al día siguiente las labores diarias del campo. También esa es la causa de que al año siguiente naciese su primer hijo Hipólito (1910) y el resto de sus 9 hermanos y hermanas; Áurea (1912), Ramona (1915), Moises (1919), Francisco (1922), Joaquín (1924), Desiderio (1926), Audelina (1928), Concepción (1930) y Prudencia (1932).

La desgracia familiar llegó a la familia de Virginia y Francisco con la muerte prematura de tres de sus hijos, primero Áurea, después Joaquín y finalmente Concepción. La mortalidad infantil en aquellos años era muy elevada y las causas muy diversas. El dolor de una madre al perder a sus hijos no tiene palabras y es algo que llevarán siempre pendiente en su vida diaria.

Francisco Rojo siguió con su profesión de cantero, oficio muy reconocido en el pueblo y en el valle, se asegura que muchos de los edificios fueron realizados entre otros trabajadores por él, incluso alguna reparación canteril en los muros de la iglesia  parroquial de Manzanedo.

Como obrero de la construcción y perteneciente al gremio de canteros estuvo afiliado o simpatizaba con sindicatos de izquierda adscritos partidos de la misma rama política y por consiguiente de corte republicano. Entre sus familiares se asegura que llegó a ser concejal del Valle de Manzanedo, pero que en nuestras investigaciones sobre los “Los Alcaldes y Concejales de la IIª República 1931-1936 en el Valle de Manzanedo” publicado en este mismo blog en septiembre de 2016, no aparece su nombre entre ellos. Es probable que tal vez llegase a ser simplemente “alcalde pedáneo” de Manzanedo o vocal de la Junta Municipal del pueblo, pero no del Valle de Manzanedo.

Cuando el 18 de julio de 1936 estalló el golpe de estado militar contra la república a la familia de Virginia y Francisco se le oscureció el futuro en el pueblo. Allí en  Manzanedo, el 25 de julio, seis días después del alzamiento, el Comandante del puesto de la Guardia Civil de Valdenoceda Eladio Muga González se presentó en el ayuntamiento para hacer cumplir el Bando del General Emilio Mola que destituye a toda la corporación municipal y se lleva los libros de actas y cuentas del Ayuntamiento.

Cuatro días después, el 29 de julio se procede a constituir un nueva corporación municipal bajo la supervisión de la “Autoridad competente”, donde por orden del Gobernador de la Provincia se elige “a dedo” al alcalde José Varona y al resto de Concejales afines al régimen franquista instalado en Burgos.

José Varona era un conocido concejal de la derecha que había formado siempre parte de las juntas municipales desde el nacimiento de la república en 1931. Ahora veía logrado su premio y es nombrado a dedo por el Comandante de la Guardia Civil para ocupar el sillón municipal con el beneplácito de los golpistas del Gobierno profranquista instaurado en la capital de Burgos.

A partir de ese momento las personas que habían destacado por su pertenencia o simpatía a partidos y sindicatos de izquierda estaban en el punto de mira y Francisco fue uno de ellos.

Al poco las tensiones comienzan a aflorar entre los nuevos “dueños” fascistas del pueblo y los vecinos de izquierdas. Se apalea a varios vecinos y al propio Francisco se le golpea y arrastra por su barba por las calles del pueblo.

Virginia y Francisco

En la fotografía Virginia Rojo con su marido Francisco Rojo y sus dos primeros hijos, Hipólito y Áurea. Imagen propiedad familia Rojo Rojo.

Las detenciones comienzan a realizarse sobre vecinos de izquierdas del pueblo a los pocos días del alzamiento y una vez instaurado el ayuntamiento franquista en el valle. El 1 de agosto de 1936 se llevan a dos hombres y el 5 de agosto a tres más, entre ellos a Francisco. Todos son llevados primero a la cárcel de Villarcayo y después trasladados a la prisión provincial de Burgos. Francisco tuvo suerte de que el primo carnal de su mujer Virginia, era el sargento de la guardia civil de Villarcayo que le trasladó a Burgos. Les dio jabón y toallas a todos los detenidos y una vez en la prisión tuvo que emplear su pistola reglamentaria para hacerse valer y evitar que los mataran. Además envió cartas a los familiares de los detenidos explicándoles la situación y que estuvieran tranquilos.

Revisada su causa es enviado a Valdenoceda donde estará recluido hasta el 1 de junio de 1938. Allí se encontrará tarde o temprano con su hijo mayor Hipólito y con su sobrino Sergio que pasarán también tiempo recluidos.

Allí la vida fue un auténtico infierno, frío, palizas y hambre, tanta hambre que los presos soñaban con pan.

Las mujeres tienen similares represalias, a alguna se le corta el pelo y a las demás se las da aceite de ricino y se las pasea por el pueblo para escarnio y vergüenza ante los ojos de sus propios hijos y en muchos casos en compañía de éstos. También era costumbre el hacerlas barrer la plaza del pueblo los domingos a la salida de la misa, delante de las fuerzas vivas para humillarlas.

Para los hombres las represalias fueron las habituales, torturas, prisión y en muchos casos el fusilamiento o asesinato y desaparición forzosa a alguna fosa o cuneta.

Virginia tenía 48 años  y en los últimos meses de 1936 ya estaba enferma de cáncer, tenía “el bicho” ya muy avanzado y el médico no le daba más de unos meses de vida. Lo descubrió un día trabajando en el campo, se puso mala y regreso a casa a descansar. Ese mismo día ya no se levantó de la cama y murió en enero de 1937. Dejó 7 hijos, entre ellas Ramona la mayor de las mujeres, quien con apenas 21 años se hizo cargo del resto de sus hermanos, de la casa y de llevar ropa y comida a su padre a la cárcel cuando la tocaba. Esto es debido a que había varios vecinos del pueblo en la cárcel y se turnaban para visitarlos.

RAMONA ROJO ROJO

La hija segunda del matrimonio de Virginia y Francisco se llamaba Ramona Rojo Rojo, nacida en Manzanedo el 15 de julio de 1915. Es la mujer mayor de la familia y se hace cargo de todo el trabajo familiar que hasta hace poco llevaba su madre. Se hace cargo del cuidado de los hermanos pequeños, algunos de 4, 6 y 8 años. El resto más mayores aportan a la familia lo que pueden.

El año 1936 fue crucial para la familia, Ramona va y viene de la prisión de Valdenoceda, antigua fabrica de seda convertida en campo de concentración de prisioneros desde que estalló el golpe de estado militar y posterior guerra contra la república. Allí esta su padre Francisco, hacinado con otros miles de presos que el gobierno rebelde de Franco consideraba enemigos del régimen.

En casa le prepara la comida que puede llevarle a prisión. Su hermano Francisco, Paco para todo el mundo, es un joven avispado y rebelde que le consigue de “forma misteriosa” aceite “del bueno” que un avaro comerciante local sisa a sus vecinos y esconde en bidones ocultos. La dice, “toma este aceite y prepara unos pescados para el padre”. Normalmente las frituras las preparan con manteca de cerdo que hace que pasado el tiempo se queden duras e incomibles, así que el aceite vendrá muy bien para la familia. Paco guarda bien el secreto de la procedencia del aceite y el que lo nota desaparecer poco a poco tampoco dice nada por las consecuencias que tendría si se supiera que roba a sus vecinos. Ramona pone a freír en una sartén el aceite para el pescado y en otra la manteca, asi enmascara el olor a sus vecinos.

Cuando va a la prisión a parte de la comida le lleva algo de ropa de abrigo y útiles de aseo que los guardias le dejan meter. No es mucho tiempo el que puede verle pero Francisco le cuenta que la próxima vez que vaya a verle, que le lleve una manta más grande. La razón es que ha conocido a otro preso que duerme junto a él y por la noche le quita la manta por lo grande que es al darse la vuelta. Le dice que se llama Paulino, que tiene 21 años y que es de Quintanaentello. Lo han trasladado de otras prisiones a Valdenoceda en enero de 1938 y se han hecho buenos amigos.

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Ramona Rojo y Paulino Lafuente. Imagen propiedad familia Lafuente Rojo.

La vida da muchas vueltas y se da la circunstancia que, sin saberlo Francisco y Paulino, la madre de él, Placida Riancho, se traslada a la casa de Virginia y Ramona, ya que por lazos matrimoniales de otros parientes son familia. Esa es la razón por la que se ha acercado a Manzanedo, para estar más cerca de su hijo preso en Valdenoceda.

Ramona trata de conseguir un trato de favor por parte del cura de Manzanedo, parece ser un tal Julián, que por aquellos años oficiaba en la parroquia del pueblo y que tenía buena mano y contactos con los nuevos amos del régimen. Fue a verle y le pidió que intercediera por su padre Francisco para que le pusieran en libertad, ya que no había hecho nada y era el cabeza de familia al cual necesitaban sus hijos. El “buen” cura le dijo que por el favor le tenía que dar 1000 pesetas de la época, un autentico dineral y acostarse con él una noche. La naturalidad con que se lo pidió hace pensar que era un hecho habitual en el proceder del “mensajero de Dios” pero a Ramona la dejo sorprendida y furiosa aunque no lo demostró en la cara del cura. Le dijo que no, se dio la media vuelta y se marchó para su casa, no sin temor a represalias que pudiera tomar contra ella o su padre.

Es a partir de ese momento cuando Ramona conoce a Paulino. Les lleva comida y ropa a ambos, hasta que finalmente Francisco es liberado y regresa a Manzanedo no sin secuelas por el trato inhumano recibido. Ramona compagina las labores del campo, los animales, el cuidado de la familia, la casa y aún tiene tiempo para ir andando a la prisión de Valdenoceda a ver a  quién va a ser su futuro marido en 1943, después de que el régimen lo ponga en libertad tras estar peregrinando por más prisiones , batallones de trabajadores y mili obligatoria en África.

Cuando a su novio Paulino lo trasladan a otras prisiones más alejadas de Manzanedo, las visitas son imposibles y el contacto, cuando se puede es por carta, que no se han conservado. Mientras continua su vida como mujer de la casa, al cuidado de sus hermanos.

En 1943 se casa con Paulino y se trasladan a vivir a Muskiz cerca de la casa de la madre de su marido, a un piso en alquiler. Durante algún tiempo viven allí y luego se trasladan a Ortuella, al barrio de “la sartén”. Poco a poco y según las circunstancias económicas Ramona va trayendo a sus hermanos desde Manzanedo, les da casa, comida y si puede les busca trabajo.

Allí tienen a sus tres hijos, José Luis, Lourdes y Charo, hasta que en 1956 les dan una vivienda de nueva construcción en Otxartaga, también en Ortuella. Esa será su casa definitiva, que compaginará con otra muy cerca de Manzanedo, en Villarcayo, para pasar los veranos. Paulino trabaja en la construcción y cuando puede estudia por correo dibujo de delineación, su verdadera vocación. Sin embargo nunca llega a sacar la carrera por falta de dinero y tiempo que dedica a su trabajo y familia.

Ramona tiene una vida plena junto a su marido e hijas, ya que el hijo había muerto años atrás siendo un niño, hasta que en 1989 muere en accidente en Málaga a los 74 años.

Hoy en día mantenemos su memoria y parte de su legado junto a Paulino, entre ellos su casa de Ortuella donde vivimos actualmente.

PLACIDA RIANCHO FERNANDEZ.

Plácida Riancho nació en Quintanaentello (Burgos) el 7 de octubre de 1883 en la casa familiar de su padre Tomás Riancho Ruiz, natural de Entrambasmestas en Luena (Cantabria). Era jornalero del campo, incluso nos cuentan que había luchado en algún episodio de las guerras carlistas.

Plácida por su parte tenía asignadas las labores propias de su tiempo, la casa, los animales y ayudar en las labores del campo siempre que pudiese. En cuanto pudo se trasladó a Muskiz (Bizkaia) a trabajar sirviendo en una casa. Muskiz, Gallarta, Ortuella y otros pueblos mineros tuvieron un auge demográfico de gentes venidas de toda España a trabajar en las minas buscando una mejora de vida. La vida social de estos pueblos se vio aumentada y Muskiz no fue una excepción. Posiblemente en algún baile o en los paseos diarios conoció a un joven zamorano llamado José Lafuente López (Santa Eulalia de Tábara, Zamora en 1881) que había venido también a trabajar en las minas.

Rápidamente se enamoraron y se casaron haciendo su casa también en Muskiz. Allí tuvieron a su primer hijo Felipe (1913) y al poco emigraron a Francia a probar suerte. No estuvieron mucho tiempo allí pero los contactos con la sociedad obrera francesa y con los sindicatos socialistas hicieron a José ver la lucha del proletariado y las injusticias sociales.

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Plácida Riancho y José Lafuente. Imagen propiedad familia Lafuente Riancho.

La cosa no debió de ir muy bien en Francia y regresaron al lugar de nacimiento de Plácida en Quintanaentello. En 1915 nacería su segundo hijo llamado Antonio y en 1917 el tercero llamado Paulino.

En 1906 se asentó en Arija la fábrica de elaboración de vidrio Cristalería Española, perteneciente al grupo multinacional francés Saint Gobain, que atrajo rápidamente trabajadores de todas partes, pero sobre todo local y de los alrededores. Uno de tantos de los que entró a trabajar en ella fue José el 8 de abril de 1918 y según el “Libro de Afiliaciones” de la propia empresa registrado con el número 2.831. Tenía 35 años y hasta ese momento había estado trabajando como vendedor de maquinaria agrícola para la empresa AJURIA de Vitoria-Gazteiz en una pequeña delegación que ésta tenía en Medina de Pomar (Burgos). Como era vendedor independiente pudo continuar con ambos trabajos simultáneamente.

La familia Lafuente- Riancho ya tenía tres hijos varones y en poco tiempo llegaron Claudio (1920) y Alejandro (1923). Todos ellos fueron a la escuela publica del pueblo y aunque traviesos y rebeldes como cualquier niño, habían mamado en casa la justicia y la libertad que enseñaban los principios del socialismo.

José se pasaba de lunes a a viernes en Arija trabajando y alojado en los barracones de los obreros, por lo que durante la semana Placida realizaba sola y en compañía de sus hijos mayores las labores diarias de la casa y el campo. Cuidar los animales, hacer pan, limpiar, etc no dejaba mucho tiempo libre para ella.

José estaba afiliado a la UGT como socialista que era, así que dentro de la fábrica en cuanto pudieron, los obreros, formaron un sindicato gremial de elaboración de vidrio. Sus vivencias en el socialismo francés le habían abierto los ojos en cuanto a los miseros sueldos y agotadoras jornadas de trabajo que se realizaban en la empresa, aparte de la poca seguridad laboral que allí había. Enseguida se colocó en los puestos visibles del sindicalismo de Arija, miembro de la UGT local que entre otras cosas había ayudado a levantar la “Casa del Pueblo” con sus propias manos. Dentro de la fábrica fue presidente de la Sociedad de Vidrieros y a la vez en el punto de mira de la patronal y las fuerzas del orden.

La fábrica de Cristalería Española ya estaba acostumbrada a los movimientos sindicales que comenzaron en 1908 al poco de construirse, pero fue en 1916 cuando Facundo Perezagua, histórico líder del socialismo y comunismo vizcaíno, participó en los primeros mitines que dieron lugar a la huelga de ese año. Los obreros constituyeron una sociedad de resistencia obrera en Arija tras el despido de su presidente, que fue el detonante de una huelga que duró varios meses, y estuvo a punto de significar el cierre definitivo de la misma.

Las cosas para la familia Lafuente Riancho no iban tan mal del todo, hasta que el 18 de julio de 1936 estalló el golpe de estado militar. Burgos fue una provincia desde el principio alineada al bando rebelde golpista y en pocas horas casi la totalidad de la provincia de Burgos estuvo en sus manos no sin varias luchas en pueblos obreros. El fracaso del golpe pasó a guerra civil y el frente de guerra quedo a escasos metros de su casa en Quintanaentello, ya que Soncillo había quedado en poder de los sublevados.

Arija también había quedado en zona republicana y el pueblo en armas había organizado un Comité de Defensa del que José era miembro. Además los dueños de la fábrica habían huido y la dirección de la misma había recaído en el llamado Control Obrero del que formaba parte José.

Como el peligro en la casa de Quintanaentello era diario, con frecuentes tiroteos, la familia se desplazó a Arija, al barrio de arriba. El Comité de Defensa que dirigía ahora el pueblo les cedió la casa del famoso cura Salvador Gómez, un elemento amigo de la burguesía local, conocido por su simpatía por la derecha y partidario de la sublevación militar contra la república, que había huido como alma que lleva el diablo por temor a los “rojos”.

Plácida había preparado la marcha a Arija con sus hijos mayores Felipe y Antonio, ya que Paulino había marchado a Santander a alistarse como voluntario a el Ejército Popular de la República. Los pequeños Claudio y Alejandro ayudaban en lo que podían. Montaron todo lo que pudieron rescatar en un carro y partieron a Arija.

La casa del cura estaba prácticamente montada, con muebles y todo, pero José que era un hombre integro junto con su mujer Plácida, retiraron todos los muebles y pertenencias del cura y lo guardaron en el camarote. No querían nada del cura y que no le pasaran nada a sus cosas.

Los hijos mayores se alistaron como milicianos junto a su padre José al Comité de Defensa de Arija y mientras el frente estuvo parado varios meses la vida continuó. A José por su conocimiento de la maquinaria agrícola le encomendaron recoger la cosecha de cereal ese verano de 1936 y repitió al año siguiente.

Entre las múltiples acciones militares que el Comité tiene que realizar destaca la del 21 de julio de 1936 les encomendaron volar un puente cerca de Soncillo que impediría la llegada de tropas desde Burgos. Una columna del ejército rebelde de camiones y cañones avanzaba hacia Cabañas de Virtus desde Burgos y apenas tenían tiempo de volarlo. Para ello y para tratar de frenar esa columna militar se habían desplazado desde Arija una partida de 14 milicianos y un grupo de 18 guardias civiles venidos de Reinosa y Santander de los que no se fiaba nadie. Tenían razón, en cuanto pudieron se pasaron al enemigo. En la refriega se detuvo a 14 milicianos entre los que estaba Antonio que fue capturado. Felipe acabó herido en la cabeza pero vivo y se hizo el muerto evitando su captura. Antonio y el resto de milicianos se les llevó prisioneros a Soncillo para llevarlos a Burgos.

Cuando Plácida se enteró de la suerte de sus hijos, mandó a José a rescatar a sus hijos, pero Felipe estaba bien y a Antonio lo trasladaron a Burgos.

Felipe como venganza decidió al día siguiente quemar la iglesia de Soncillo con un grupo de milicianos, pero fueron sorprendidos y tuvieron que huir.

Los sustos diarios que sus hijos mayores y su marido José le daban, la hacían ver el valor de cada hora juntos y esperaba que todo aquello terminase.

No fue así, ante la caída inminente de Arija, todos los partidarios de la república, milicianos y civiles con sus familias abandonan el lugar con sus pocos enseres. Plácida y José cargaron el carro con sus de pertenencias e hijos pequeños y toman camino de Santander a través del puerto de San Pedro del Romeral.

En Santander las cosas no iban mucho mejor, los constantes bombardeos de la aviación rebelde dejaban muchas bajas entre la población civil y los ánimos estaban muy tensos. La idea de la familia es coger un barco y huir, pero la avalancha de gente se lo impidió.

Entre tanta muchedumbre de refugiados hay personajes infiltrados afines a la causa fascista. En este caso son un grupo de jóvenes los que reconocen por la calle a José Lafuente, aunque lo más probable es que ya vendrían en búsqueda de él y otros con listas elaboradas previamente.

El caso es que lo detienen los falangistas y lo mandan a la Prisión Provincial de Santander en la que ingresa poco antes del 24 de septiembre de 1937, ya que ese día le hacen el primer interrogatorio, posiblemente después de haber pasado previamente por alguno de los numerosos campos de concentración que había en la ciudad y cuya función era filtrar los casos de los detenidos.

Mientras Plácida, con sus hijos, consigue una habitación en alquiler cerca de la prisión de Santander, quiere estar cerca de su marido José, esperando que salga pronto ya que no ha cometido delitos de sangre.

La vida de refugiados en Santander es muy dura y el peligro constante, así que muy a su pesar decide mandar a su hijo Claudio al sur de España, a zona nacional pero tranquila en retaguardia en casa de unos familiares. En la casa de Santander se queda sola con su hijo Alejandro.

Finalmente los fascistas en juicio sin garantías legales condenan a muerte a José por su participación en todos los actos que a ellos les da la gana, sin pruebas, sólo por el hecho de ser de izquierdas, sindicalista y por delito de rebelión militar por oponerse al golpe franquista. Es asesinado por fusilamiento contra las tapias del cementerio de Ciriego el 28 de julio de 1938, casi un año después de ser detenido.

Su mujer Plácida lo vio pasar en el camión que lo trasladaba al paredón junto con sus 24 compañeros de prisión. Sus últimas palabras fueron: “adiós familia, no me volveréis a ver”. Al rato se oyeron las detonaciones, tenía 50 años.

Esa noche varias mujeres se acercaron al cementerio, entre ellas Plácida, para llorar a sus seres queridos. Fueron sorprendidas por falangistas que las raparon la cabeza e hicieron con ellas lo que quisieron. Los detalles siempre fueron un secreto que se llevó a la tumba.

Al poco tiempo y sin nada que la retuviera en Santander, Plácida y Alejandro regresan a Muskiz (Bizkaia), lugar conocido para ella y con gratos recuerdos de su pasado con su marido. No puede regresar a Quintanaentello porque su casa ha sido saqueada y viven en ella vecinos que la han ocupado ilegalmente afines al régimen.

Poco a poco y a medida que pasaba el tiempo fueron llegando los hijos “perdidos”, incluido Paulino que estuvo preso hasta el año 1943. Les vio casar uno a uno y tener hijos aunque siempre estuvo en su mente la memoria de su marido asesinado por los fascistas.

Murió pasados los 90 y tantos años después de una larga vida rodeada de sus seres queridos.

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